México, ante un cambio histórico
*El PRI y la izquierda enfrentan sus proyectos de país en las presidenciales de México
México.- La democracia de habla hispana más grande del mundo —casi 80 millones de mexicanos están convocados a las urnas— tiene este domingo una cita con la historia. Sea quien sea el ganador de las elecciones presidenciales, marcará un hito: el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) al poder después de 12 años, el primer triunfo de la izquierda en este país que representaría el cambio verdadero.
Los 90 días de campaña electoral han dado expresión a un pulso, el del pasado con un futuro ya presente. Todos los candidatos se han ofrecido como una renovación: Enrique Peña Nieto, a quien manejan como el nuevo rostro del PRI; Andrés Manuel López Obrador, como el líder de la izquierda quienes no han gobernado el país, reconciliado con las instituciones a las que desafío hace seis años, y Josefina Vázquez Mota —condenada al tercer lugar por los sondeos— como la política “diferente”, que marca distancias con el Gobierno del presidente Felipe Calderón, de su mismo Partido de Acción Nacional (PAN). Los tres han prometido enterrar un sexenio en el que —como dice Daniel Moreno, director del diario digital Animal Político— “a la pobreza y la corrupción se ha añadido la violencia”.
Doce millones de nuevos pobres en estos seis años hasta alcanzar los 52 millones —el 42% de la población—, según cifras oficiales; más de 55.000 muertes vinculadas a la guerra contra el narcotráfico; un crecimiento económico mediocre que ha expandido el empleo informal hasta el 30% de la población activa y una democracia estancada justifican la necesidad de un cambio de rumbo, como han manifestado la mayoría de los mexicanos, sobre todo los jóvenes, verdaderos protagonistas de esta campaña electoral.
¿Cuánto de máscara hay en el cambio al que apela la clase política? El analista Jorge Zepeda subraya la “esquizofrenia” entre ese deseo y la realidad. “En Peña Nieto parecen prevalecer los mitos y los recursos del PRI del pasado; a López Obrador cada vez que se le ha rascado ha sacado su carácter premoderno y Vázquez Mota nunca mostró nada diferente”. Además, “la partitocracia corporativa, los monopolios y los sindicatos son factores que impiden ese giro”.
La urgencia de un golpe de timón ha dividido y polarizado a los ciudadanos, enfrentados ante dos proyectos de país.
El movimiento juvenil Yo Soy 132, formado por estudiantes de clase media de universidades privadas, está en contra de Peña Nieto y al monopolio televisivo que comparten Televisa y TV Azteca. Pero, quizá más importante que eso, su protesta ha servido para despertar a la sociedad civil frente a los abusos del poder. Armados de las redes sociales —más de 10 millones de mexicanos están enganchados a Twitter y su número no para de crecer— “han obligado a reaccionar a los políticos y a darse cuenta de que no lo pueden controlar”, comenta Zepeda. Unos 14 millones de jóvenes votarán este domingo por primera vez en unas presidenciales.
La movilización juvenil de estos últimos meses es solo un principio, explica Carlos Marichal, historiador económico del Colegio de México. “Tenemos una burbuja demográfica. La población joven será cada vez más importante en la próxima década. Desde 1990 se han creado 550 universidades privadas y el escenario político dentro de seis años será completamente distinto al actual. En estas elecciones no serán decisivos, pero sí en las próximas”.
La protesta de los jóvenes estalló en la capital mexicana, pero no llegó a cuajar en grandes zonas del país. El DF, gobernado por la izquierda desde 1997, es hoy una isla de seguridad y un faro de democracia, vitalidad cultural y consumismo donde el pago electrónico de los servicios es lo habitual. Una experiencia muy diferente de la que puede tener un pandillero de Ciudad Juárez, donde se mata por 1.000 pesos (60 euros) y a los 17 años ya se ha elegido la canción con la que se quiere ser enterrado.
México vota este domingo por el cambio con la tensión de un pasado que no acaba de alejarse y un futuro que ya se entrevé. La izquierda propone un “cambio verdadero” que acabe con la “mafia del poder” y teme que una victoria del PRI suponga una “restauración autoritaria”. Pero hace ya tiempo que este país dejó de ser un parque jurásico donde los dinosaurios andaban sueltos. (Con información del El País)
Los 90 días de campaña electoral han dado expresión a un pulso, el del pasado con un futuro ya presente. Todos los candidatos se han ofrecido como una renovación: Enrique Peña Nieto, a quien manejan como el nuevo rostro del PRI; Andrés Manuel López Obrador, como el líder de la izquierda quienes no han gobernado el país, reconciliado con las instituciones a las que desafío hace seis años, y Josefina Vázquez Mota —condenada al tercer lugar por los sondeos— como la política “diferente”, que marca distancias con el Gobierno del presidente Felipe Calderón, de su mismo Partido de Acción Nacional (PAN). Los tres han prometido enterrar un sexenio en el que —como dice Daniel Moreno, director del diario digital Animal Político— “a la pobreza y la corrupción se ha añadido la violencia”.
Doce millones de nuevos pobres en estos seis años hasta alcanzar los 52 millones —el 42% de la población—, según cifras oficiales; más de 55.000 muertes vinculadas a la guerra contra el narcotráfico; un crecimiento económico mediocre que ha expandido el empleo informal hasta el 30% de la población activa y una democracia estancada justifican la necesidad de un cambio de rumbo, como han manifestado la mayoría de los mexicanos, sobre todo los jóvenes, verdaderos protagonistas de esta campaña electoral.
¿Cuánto de máscara hay en el cambio al que apela la clase política? El analista Jorge Zepeda subraya la “esquizofrenia” entre ese deseo y la realidad. “En Peña Nieto parecen prevalecer los mitos y los recursos del PRI del pasado; a López Obrador cada vez que se le ha rascado ha sacado su carácter premoderno y Vázquez Mota nunca mostró nada diferente”. Además, “la partitocracia corporativa, los monopolios y los sindicatos son factores que impiden ese giro”.
La urgencia de un golpe de timón ha dividido y polarizado a los ciudadanos, enfrentados ante dos proyectos de país.
El movimiento juvenil Yo Soy 132, formado por estudiantes de clase media de universidades privadas, está en contra de Peña Nieto y al monopolio televisivo que comparten Televisa y TV Azteca. Pero, quizá más importante que eso, su protesta ha servido para despertar a la sociedad civil frente a los abusos del poder. Armados de las redes sociales —más de 10 millones de mexicanos están enganchados a Twitter y su número no para de crecer— “han obligado a reaccionar a los políticos y a darse cuenta de que no lo pueden controlar”, comenta Zepeda. Unos 14 millones de jóvenes votarán este domingo por primera vez en unas presidenciales.
La movilización juvenil de estos últimos meses es solo un principio, explica Carlos Marichal, historiador económico del Colegio de México. “Tenemos una burbuja demográfica. La población joven será cada vez más importante en la próxima década. Desde 1990 se han creado 550 universidades privadas y el escenario político dentro de seis años será completamente distinto al actual. En estas elecciones no serán decisivos, pero sí en las próximas”.
La protesta de los jóvenes estalló en la capital mexicana, pero no llegó a cuajar en grandes zonas del país. El DF, gobernado por la izquierda desde 1997, es hoy una isla de seguridad y un faro de democracia, vitalidad cultural y consumismo donde el pago electrónico de los servicios es lo habitual. Una experiencia muy diferente de la que puede tener un pandillero de Ciudad Juárez, donde se mata por 1.000 pesos (60 euros) y a los 17 años ya se ha elegido la canción con la que se quiere ser enterrado.
México vota este domingo por el cambio con la tensión de un pasado que no acaba de alejarse y un futuro que ya se entrevé. La izquierda propone un “cambio verdadero” que acabe con la “mafia del poder” y teme que una victoria del PRI suponga una “restauración autoritaria”. Pero hace ya tiempo que este país dejó de ser un parque jurásico donde los dinosaurios andaban sueltos. (Con información del El País)