“Incluso en la soledad y oscuridad de la maternidad, aún se espera que termines diciendo ‘bueno, pero vale la pena’”
Cuando Tania Tagle (Ciudad de México, 1986) empezó a escribir un libro sobre la figura del monstruo en Occidente se dio cuenta de que, en muchos aspectos, coincidía con lo que estaba experimentando en su propio embarazo.
Esa fue la chispa que encendió “Germinal”.
Se trata del primer ensayo de esta autora mexicana en el que, además de lo mostruoso, se adentra en conceptos clásicos como "el milagro" o "el asombro" para reflexionar sobre el proceso de gestación y crianza de su primer hijo.
Escrito de forma fragmentaria durante diez años, Tagle hace un recorrido íntimo y crítico sobre distintas dimensiones de la maternidad.
BBC Mundo habló con ella en el marco del HAY Festival de Querétaro, que se celebra en la ciudad mexicana del 7 al 10 de septiembre.
Al inicio de "Germinal" cuentas que te apoyas en la escritura “a falta de una tribu con quien sentir y pensar durante este proceso”.
A pesar de que la maternidad es una experiencia que cada vez está más en el discurso público y ciertos feminismos se están preocupando, sigue siendo una experiencia muy solitaria.
Creo que hay muchos temas que siguen siendo tabú, como el arrepentimiento, por ejemplo.
Conozco a muchas madres que se han arrepentido y muy pocas lo pueden decir públicamente sin temor a ser juzgadas o a sufrir alguna represalia.
Entonces una transita por muchas emociones y muchos estados de los que no puede hablar con nadie.
Además, por más que te relaciones con otras madres, hay momentos en los que eres tú sola y haces lo que puedes con lo que tienes.
¿A qué crees que se debe? ¿Qué espera la sociedad de las madres?
La maternidad es un arquetipo que ya está en el inconsciente colectivo.
Pienso, por ejemplo, en mujeres de la generación de mi mamá. Ellas siempre te van a decir que “ser madre es lo mejor que les pasó en la vida”.
Con este libro, he tenido encuentros muy interesantes con esta generación que me dice “yo nunca lo viví así, yo nunca lo padecí”.
Estamos todavía muy negadas a explorar, incluso a preguntarnos, qué hubiera sido de mi vida si no hubiera sido madre o qué otras decisiones hubiera tomado.
Todavía hay todo un mandato bien fuerte que dice “esto es lo mejor que te pasó en la vida, a eso viniste al mundo” y tienes que, además, disfrutarlo y comunicar que es lo más bueno y maravilloso que has hecho.
Eso es lo que se espera de las madres, que incluso en la soledad y la oscuridad, siempre tienes que terminar diciendo como “bueno, pero vale la pena”.
Eso no abre espacio para complejizar y, de nuevo, te aísla y hace que tengas vergüenza incluso de hablar de estas cosas.
Y tú, ¿has encontrado ese espacio?
El libro me ha conectado con mujeres que decían que sí se habían sentido así, pero no sentían que tuvieran derecho a decirlo o que se lo contaron a su mamá y esta dijo que era solo una fase. Y puede ser.
No significa que pienses todo el tiempo “en qué me metí”. Pero cuando tienes esos pensamientos, tienes que poder recibirlos y ahondar en ellos.
Creo que lo que pasa mucho con la experiencia de la maternidad es que una espera un baño de endorfinas, realización y plenitud y cuando no llega, te sientes bastante escapada.
Aunque cada vez se pueden tocar más estos temas, me ha pasado de lectoras que dicen “no es posible que escribas esto, no quieres a tus hijos", como si el amor estuviera condicionado a que los hijos siempre te van a caer bien o siempre vas a querer estar con ellos.
Parece que las relaciones entre madres e hijos no pueden ser complejas, tienen que ser idílicas todo el tiempo. Y eso lo hace muy complicado de sobrellevar en un día a día.
Este mandato social que dice que la maternidad es lo mejor que te puede pasar, ¿dónde deja a las mujeres que deciden no tener hijos?
Siento que hay una falsa polarización o dicotomía, movida por internet y las redes sociales, que enfrenta a las mujeres que decidimos ser madres con las que no.
Hay unas discusiones bien artificiales, porque en lo cotidiano, para mí, somos aliadas.
Ahora también estoy cuidando y participando de la crianza de una adolescente, así que me interesa muchísimo que conozca a todas mis amigas que no son madre, que vea lo felices y exitosas que son y que lo que yo decidí no es la única opción.
Siento que nos necesitamos para eso.
El hecho que otras mujeres hayan decidido no criar, no significa que no puedan participar de alguna manera de, por ejemplo, en mi caso, no tanto de la crianza en términos de cuidados primarios, pero sí de acompañar en el proceso.
Reinventar la idea de familia.
Sí, definitivamente.
Llevamos décadas haciéndolo, pero también es como una discusión que está ahí pendiente, porque cuando hablamos de reinventar la idea de familia siempre estamos pensando en cajitas acotadas, como familias monoparentales u homoparentales.
Hay familias de todo tipo que ni siquiera tienen una clasificación.
Yo soy parte de una red gigantesca de mujeres que parieron, que no parieron, que están criando y que están acompañando. Por ejemplo, en este momento, soy una madre y una madrastra, y mis hijos tienen madrastra también.
Las familias extendidas o compuestas son otro modelo de familia.
Si el costo de la maternidad es tan alto, ¿por qué seguimos teniendo hijos?
No podría responder por las mujeres en general, porque muchas lo hacen por mandato. Yo no sé por qué tuve hijos.
De pronto es pura ilusión, puro deseo, así, sin atravesar ningún tipo de racionalidad. Por eso menciono una cita de Juan Rulfo que dice “La ilusión. Eso cuesta caro”.
Pensaba también en una cita de Daniela Rea, que dice algo así como, sí, es cierto que nuestro cuerpo está al servicio del capital al seguir haciendo trabajo reproductivo… pero, ¿y la ternura? ¿y esto que siento cuando estamos juntas, cuando te tengo cerca? ¿eso cómo lo explico? Y no hay explicación.
¿Qué es lo más duro de la crianza?
Saberme como tan falible, tan insuficiente.
Aceptar frente a un hijo que uno no siempre sabe lo que está haciendo, y que no tiene todas las respuestas, y que no tiene la razón todo el tiempo o hacer promesas que no sabes si puedes cumplir.
Cuando tú le dices a un niño que está asustado que todo va a estar bien, pero en realidad no sabes si todo va a estar bien, es difícil.
La figura del padre de tu hijo está muy poco presente en el libro. ¿Es que la maternidad y la paternidad van en paralelo o se cruzan en algún punto?
No quería que este libro se tratara de cocriar, sino del proceso de una mujer que se convierte en madre.
Cocriar implica sentarte a negociar todo el tiempo y hacerte cargo de un recién nacido no te convierte en padre o madre... todavía.
Creo que hay un momento definitivo para eso y todos lo vivimos individualmente de forma distinta.
En mi caso, siento que me convertí en madre unos días después de parir.
Mi hijo recién nacido estuvo en el hospital un tiempo. Cuando lo vi en el cunero, tan pequeño y con un gotero, tuve la sensación de que daría cualquier cosa por ser yo la que estuviese ahí, y no él.
Sentí este instinto de “romper el vidrio”. Ahí dije “ok, esto es”.
No sé cuándo le pasó a su papá y no sé cómo se cruzaron esas dos cosas. En general, no sé cuándo un hombre se convierte en padre, hay algunos que no lo hacen nunca.
¿Has descubierto algo que no habías visto antes de ser madre?
Ahora mi relación con el lenguaje es mucho más lúdica.
Antes veía las palabras como herramientas para comunicar ideas, pero a partir de las preguntas de mis hijos o de la manera en la que ellos mismos empezaban a apropiarse del lenguaje y a utilizarlo de manera, digamos, incorrecta, me abrían posibilidades para pensar.
Parece que las relaciones entre madres e hijos no pueden ser complejas, tienen que ser idílicas todo el tiempo.
Volviendo a los hombres. En un momento del ensayo dices ¿Cuántas preguntas importantes habrán dejado pasar los filósofos a lo largo de la historia por no haber parido hijos? ¿Qué cuestiones crees que hubieran abordado si los hubieran tenido?
Pensaba en un periodo de la filosofía en que nos estamos preguntando por la existencia y por el ser.
Muchos filósofos existencialistas o nihilistas hablan de la angustia, del devenir, de la muerte, pero hay un montón de preguntas que se omiten ahí.
Siento que faltan cuestionamientos éticos sobre la vida y el cuidado, sobre decidir gestar o no y qué implica, filosóficamente, traer una vida y obligarla a cargar con el peso de su propia existencia.
Creo que habría más preguntas al respecto de la vida y no tantas entorno al sentido de esta.
Me parece muy lejano hablar de la angustia sin objeto.
Se nota que esa gente no ha cuidado nunca a nadie. Solo cuando no has sentido que la vida de otro ser depende enteramente de ti, puedes pensar en la angustia de esa manera.
Pienso en la gestación subrogada.
Sí, la gestación subrogada, el aborto, cuándo uno se convierte en ser humano o si tener hijos es en sí un derecho, por ejemplo, son temas de los que tendríamos que haber discutido filosóficamente muchísimo antes.
Me parece un poco patriarcal que solamente nos interese cuando se trata de legislar sobre el cuerpo de las mujeres.
Tras todas las conversaciones que has tenido, ¿hay algo de universal en la maternidad?
Quizás el temor y el deseo de protección.
Me pasa que cuando yo no puedo estar cerca de mis hijos, pero hay otras mujeres que son madres, siento como si fuéramos socias en esto de mantener vivas a las infancias en general, las hayamos parido o no.
Creo que tenemos como un pacto silencioso entre nosotras. Cuando llora un niño, todas nos ponemos alerta.
En una sociedad ideal lo tendríamos que hacer todos, pero sí siento que las mujeres que maternamos tenemos como esa especie de instinto de cuidado y una atención distinta.
¿Y a los hombres les pasa?
Aunque tienen un instinto de protección y se involucran, no sé si van a tejer estas redes tan fuertes entre hombres.
No entiendo la manera en que los hombres entablan relaciones, en general. De hecho, creo que muchos ni siquiera saben hacerlo, y tiene que ver con la manera en la que están socializados.
Estoy criando a dos varones y siento que todo el tiempo me estoy peleando con el cuerpo social que les está diciendo que oculten sus emociones o que tienen que ser de una determinada manera.
Gran parte de mi crianza ha sido tratar de defender su vulnerabilidad y su ternura para que lo social no se las arrebate.
A veces siento que lo estoy haciendo bien y a veces siento que está todo el mundo en mi contra.
¿En qué sentido?
Todas las mujeres que conozco que estamos criando varones sentimos una responsabilidad enorme de no perpetuar estereotipos, de criar a hombres que estén cercanos a sus emociones y no sean violentos.
Estamos también muy solas en eso, porque es una batalla contra los medios, contra la industria del entretenimiento, contra toda la estructura social que nos lleva la contraria.
Tú dices una cosa, pero entonces el niño en la escuela o en el parque o en el equipo de fútbol aprende otra completamente distinta.
Todos los estereotipos que una intenta combatir van a llegar tarde o temprano, entonces una no puede hacer mucho más que tratar de acompañar, explicar o debatir.
"Asombrarse, ahora lo entiendo, es hacerse sombra, oscurecerse aceptando el propio desconocimiento para permitir que algo que algo más se illumine”. Diez años después de acabar este ensayo, ¿sigues asombrándote?
Ahora me asombran otras cosas. De repente veo a mis hijos como una especie de jardín en el que sembré muchas semillas; algunas se dieron y otras no.
Y también como en un jardín, dices "esto yo no lo sembré pero qué bonito está".
Es muy interesante y enriquecedor ver cómo se van convirtiendo en estas personas tan llenas de opiniones, tan ávidas de experimentarlo todo.
Estar en primera fila siendo testigo de todo eso me gusta y, además, nutre mis reflexiones y mi escritura.
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